domingo, 28 de junio de 2009

Indulgencias


El Papa Benedicto XVI concederá a los sacerdotes y fieles la indulgencia plenaria con motivo del Año Sacerdotal que ha convocado desde el 19 de junio de 2009 hasta el 19 de junio de 2010, en el que se honrará de manera especial a San Juan María Vianney, conocido como “el Cura de Ars” y Patrono de los sacerdotes.
Según el decreto, el periodo para lucrar las indulgencias plenarias comenzará con la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, "jornada de santificación sacerdotal" cuando el Papa Benedicto XVI celebre las Vísperas ante las reliquias del santo traídas a Roma.

Obtención de las indulgencias:
"A los sacerdotes, arrepentidos de corazón, que recen cualquier día las laudes o vísperas ante el Santísimo Sacramento expuesto a la adoración pública o en el sagrario y se ofrezcan a la celebración de los sacramentos, sobre todo de la Confesión, se concederá Indulgencia plenaria aplicable a los hermanos en el sacerdocio difuntos como sufragio, si en conformidad con las disposiciones vigentes se confesaran sacramentalmente, comulgaran y rezaran por las intenciones del Pontífice".
Asimismo, el decreto precisa que "también se concede Indulgencia parcial, siempre aplicable a los hermanos en el sacerdocio difuntos, cada vez que recen oraciones debidamente aprobadas para llevar una vida santa y cumplir los oficios que se les han confiado".

"A los fieles cristianos, arrepentidos de corazón que, en la iglesia o en el oratorio asistan a la Santa Misa y ofrezcan por los sacerdotes de la Iglesia oraciones a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote y cualquier obra buena cumplida se les concede Indulgencia plenaria, siempre que se hayan confesado sacramentalmente y recen por las intenciones del Papa los días en que se abre y se clausura el Año sacerdotal, en el día del 150 aniversario de la muerte de San Juan María Vianney (4 de agosto de 2009), los primeros jueves del mes o cualquier otro día establecido por los Ordinarios (los obispos) de los lugares para la utilidad de los fieles".

El decreto también señala que "los ancianos, los enfermos y todos aquellos que por motivos legítimos no puedan salir de casa, podrán obtener la Indulgencia plenaria, si con ánimo alejado del pecado y el propósito de cumplir las tres condiciones necesarias apenas les sea posible, en los días indicados rezan por la santificación de los sacerdotes y ofrecen a Dios por medio de María , Reina de los Apóstoles, sus enfermedades y sufrimientos".

Asimismo, se concede la Indulgencia parcial a todos los fieles cada vez que recen cinco Padrenuestros, Ave Marías y Glorias, y otra oración debidamente aprobada "en honor del Sagrado Corazón de Jesús para que los sacerdotes se conserven en pureza y santidad de vida".

Un año en el que la Iglesia quiere decir, sobre todo a los Sacerdotes, pero también a todos los cristianos, a la sociedad mundial, que está orgullosa de sus Sacerdotes, que los ama y que los venera, que los admira y que reconoce con gratitud su trabajo pastoral y su testimonio de vida. Verdaderamente los Sacerdotes son importantes no sólo por cuanto hacen sino, sobre todo, por aquello que son. Al mismo tiempo, es verdad que a algunos se les ha visto implicados en graves problemas y situaciones delictivas. Sin embargo, estos casos son un porcentaje muy pequeño en comparación con el número total del clero.
La inmensa mayoría de Sacerdotes son personas dignísimas, dedicadas al ministerio, hombres de oración y de caridad pastoral, que consuman su total existencia en actuar la propia vocación y misión y, en tantas ocasiones, con grandes sacrificios personales, pero siempre con un amor auténtico a Jesucristo, a la Iglesia y al pueblo; solidarios con los pobres y con quienes sufren. Es por eso que la Iglesia se muestra orgullosa de sus sacerdotes esparcidos por el mundo.

Debe ser una año de oración de los Sacerdotes, con los Sacerdotes y por los Sacerdotes; un año de renovación de la espiritualidad del presbiterio y de cada uno de los presbíteros.

Año Sacerdotal

lunes, 22 de junio de 2009

El Papa Benedicto XVI inauguró el año sacerdotal en la celebración de las Visperas del Sagrado Corazón, en la Basílica del Vaticano



Homilía del Papa Benedicto XVI en la solemne celebración de las Vísperas del Sagrado Corazón de Jesús en la que se inauguró el Año Sacerdota, el 19 de junio de 2009


Queridos hermanos y hermanas:


En la antífona del Magníficat dentro de poco cantaremos: "El Señor nos ha acogido en su corazón"- "Suscepit nos Dominus in sinum et cor suum". En el Antiguo Testamento se habla 26 veces del corazón de Dios, considerado como el órgano de su voluntad: en referencia al corazón de Dios, el hombre es juzgado. A causa del dolor que su corazón siente por los pecados del hombre, Dios decide el diluvio, pero después se conmueve ante la debilidad humana y perdona. Luego hay un pasaje del Antiguo Testamento en el que el tema del corazón de Dios se expresa de manera totalmente clara: se encuentra en el capítulo 11 del libro del profeta Oseas, donde los primeros versículos describen la dimensión del amor con el que el Señor se dirige a Israel en la aurora de su historia: "Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo" (v. 1). En realidad, a la incansable predilección divina, Israel responde con indiferencia e incluso con ingratitud. "Cuanto más los llamaba -constata el Señor-, más se alejaban de mí" (v. 2). Sin embargo, Él no abandona Israel en las manos de los enemigos, pues "mi corazón -dice el Creador del universo-- está en mí trastornado, y a la vez se estremecen mis entrañas" (v. 8).


¡El corazón de Dios se estremece de compasión! En la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, la Iglesia presenta a nuestra contemplación este misterio, el misterio del corazón de un Dios que se conmueve y ofrece todo su amor a la humanidad. Un amor misterioso, que en los textos del Nuevo Testamento se nos revela como inconmensurable pasión de Dios por el hombre. No se rinde ante la ingratitud, ni siquiera ante el rechazo del pueblo que ha escogido; es más, con infinita misericordia envía al mundo a su unigénito Hijo para que cargue sobre sí el destino del amor destruido; para que, derrotando el poder del mal y de la muerte, pueda restituir la dignidad de hijos a los seres humanos esclavizados por el pecado. Todo esto a caro precio: el Hijo unigénito del Padre se inmola en la cruz: "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Cf. Juan 13, 1). Símbolo de este amor que va más allá de la muerte es su costado atravesado por una lanza. En este sentido, un testigo ocular, el apóstol Juan, afirma: "uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua" (Cf. Juan 19,34).


Queridos hermanos y hermanas: gracias, pues respondiendo a mi invitación, habéis venido en gran número a esta celebración en la que entramos en el Año Sacerdotal. Saludo a los señores cardenales y a los obispos, en particular al cardenal prefecto y al secretario de la Congregación para el Clero, junto a sus colaboradores, y al obispo de Ars. Saludo a los sacerdotes y a los seminaristas de los colegios de Roma; a los religiosos y religiosas y a todos los fieles. Dijo un saludo especial a Su Beatitud Ignace Youssef Younan, patriarca de Antioquía de los Sirios, venido a Roma para visitarme y manifestar públicamente la "ecclesiastica communio" que le he concedido.


Queridos hermanos y hermanas: detengámonos a contemplar juntos el Corazón traspasado del Crucificado. Una vez más acabamos de escuchar, en la breve lectura tomada de la Carta de san Pablo a los Efesios, que "Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo - por gracia habéis sido salvados y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús" (Efesios 2,4-6). Estar en Cristo Jesús significa ya sentarse en los cielos. En el Corazón de Jesús se expresa el núcleo esencial del cristianismo; en Cristo se nos revela y entrega toda la novedad revolucionaria del Evangelio: el Amor que nos salva y nos hace vivir ya en la eternidad de Dios. Escribe el evangelista Juan: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (3,16). Su Corazón divino llama entonces a nuestro corazón; nos invita a salir de nosotros mismos, y a abandonar nuestras seguridades humanas para fiarnos de Él y, siguiendo su ejemplo, a hacer de nosotros mismos un don de amor sin reservas.




Si es verdad que la invitación de Jesús a "permanecer en su amor" (Cf. Juan 15, 9) se dirige a todo bautizado, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, Jornada de Santificación Sacerdotal, esta invitación resuena con mayor fuerza para nosotros sacerdotes, en particular esta tarde, solemne inicio del Año Sacerdotal, que he convocado con motivo del 150° aniversario de la muerte del santo Cura de Ars. Me viene inmediatamente a la mente una hermosa y conmovedora afirmación, referida en el Catecismo de la Iglesia Católica: "El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús" (n. 1589). ¿Cómo no recordar con conmoción que directamente de este Corazón ha manado el don de nuestro ministerio sacerdotal? ¿Cómo olvidar que nosotros, presbíteros, hemos sido consagrados para servir, humilde y autorizadamente, al sacerdocio común de los fieles? Nuestra misión es indispensable para la Iglesia y para el mundo, que exige fidelidad plena a Cristo y una incesante unión con Él; es decir, exige que busquemos constantemente la santidad como hizo san Juan María Vianney. En la carta que os he dirigido con motivo de este año jubilar especial, queridos sacerdotes, he querido subrayar algunos aspectos que califican nuestro ministerio, haciendo referencia al ejemplo y a la enseñanza del santo Cura de Ars, modelo y protector de todos los sacerdotes, y en particular de los párrocos. Espero que este texto mío os sea de ayuda y aliento para hacer de este año una ocasión propicia para crecer en la intimidad con Jesús, que cuenta con nosotros, sus ministros, para difundir y consolidar su Reino, para difundir su amor, su verdad. Y, por tanto, "a ejemplo del santo cura de Ars, dejaos conquistar por Él y seréis también vosotros, en el mundo de hoy, mensajeros de esperanza, reconciliación y paz".


¡Dejarse conquistar totalmente por Cristo! Este fue el objetivo de toda la vida de san Pablo, al que hemos dirigido nuestra atención durante el Año Paulino, que se encamina ya hacia su conclusión; esta ha sido la meta de todo el ministerio del santo cura de Ars, a quien invocaremos particularmente durante el Año Sacerdotal; que éste sea también el objetivo principal de cada uno de nosotros. Para ser ministros al servicio del Evangelio es ciertamente útil y necesario el estudio con una atenta y permanente formación pastoral, pero todavía es más necesaria esa "ciencia del amor", que sólo se aprende de "corazón a corazón" con Cristo. Él nos llama a partir el pan de su amor, a perdonar los pecados y a guiar al rebaño en su nombre. Precisamente por este motivo no tenemos que alejarnos nunca del manantial del Amor que es su Corazón atravesado en la cruz.



Sólo así seremos capaces de cooperar eficazmente con el misterioso "designio del Padre", que consiste en "hacer de Cristo el corazón del mundo". Designio que se realiza en la historia en la medida en que Jesús se convierte en el Corazón de los corazones humanos, comenzando por aquellos que están llamados a estar más cerca de él, los sacerdotes. Nos vuelven a recordar este constante compromiso las "promesas sacerdotales", que pronunciamos el día de nuestra ordenación y que renovamos cada año, el Jueves Santo, en la Misa Crismal. Incluso nuestras carencias, nuestros límites y debilidades deben volvenos a conducir al Corazón de Jesús. Si es verdad que los pecadores, al contemplarle, deben aprender el necesario "dolor de los pecados" que los vuelve a conducir al Padre, esto se aplica aún más a los ministros sagrados. ¿Cómo olvidar que nada hace sufrir más a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, que los pecados de sus pastores, sobre todo de aquellos que se convierten en "ladrones de ovejas" (Juan 10, 1 y siguientes), ya sea porque las desvían con sus doctrinas privadas, ya sea porque las atan con los lazos del pecado y de muerte? También para nosotros queridos sacerdotes se aplica el llamamiento a la conversión y a recurrir a la Misericordia Divina, e igualmente debemos dirigir con humildad incesante la súplica al Corazón de Jesús para que nos preserve del terrible riesgo de dañar a aquellos a quienes debemos salvar.


Hace poco he podido venerar, en la Capilla del Coro, la reliquia del santo cura de Ars: su corazón. Un corazón inflamado de amor divino. Que se conmovía ante el pensamiento de la dignidad del sacerdote y hablaba a los fieles con tonos tocantes y sublimes, afirmando que ¡"después de Dios, el sacerdote lo es todo!... Él mismo no se entenderá bien sino en el cielo" (Cf. Carta para el Año Sacerdotal, p. 2). Cultivemos queridos hermanos, esta misma conmoción, ya sea para cumplir nuestro ministerio con generosidad y dedicación, ya sea para custodiar en el alma un verdadero "temor de Dios": el temor de poder privar de tanto bien, por nuestra negligencia o culpa a las almas que nos han sido confiadas o de poderlas dañar. ¡Que Dios no lo permita! La Iglesia tiene necesidad de sacerdotes santos; de ministros que ayuden a los fieles a experimentar el amor misericordioso del Señor y sean sus testigos convencidos. En la adoración eucarística, que seguirá a la celebración de las Vísperas, pediremos al Señor que inflame el corazón de cada presbítero con esa caridad pastoral capaz de asimilar su personal "yo" al de Jesús sacerdote, para así poderlo imitar en la más completa entrega de uno mismo. Que nos obtenga esta gracia la Virgen Madre, de quien mañana contemplaremos con viva fe el Corazón inmaculado. El santo cura de Ars vivía una filial devoción por ella, hasta el punto de que en 1836, anticipándose a la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, ya había consagrado su parroquia a María "concebida sin pecado". Y mantuvo la costumbre de renovar a menudo esta ofrenda de la parroquia a la santa Virgen, enseñando a los fieles que "basta con dirigirse a ella para ser escuchados", por el simple motivo que ella "desea sobretodo vernos felices". Que nos acompañe la Virgen santa, nuestra Madre, en el Año Sacerdotal que hoy iniciamos, para que podamos ser guías firmes e iluminados para los fieles que el Señor confía a nuestros cuidados pastorales ¡Amen!





En este año sacerdotal acrecentemos nuestra Oración por todos los sacerdotes para que sean cada vez más Luz del mundo y Sal de la tierra llevando muchas almas a Dios.

viernes, 19 de junio de 2009

Procesión del Santísimo en nuestra Residencia

ÉL va a pasar por aquí...




Jesús nos guía...




Bendición del Señor...








Cantando al Amor de los Amores...


Última Bendición en la capilla...



Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

Celebramos hoy la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. En esta festividad, en comunión con el Santo Padre el Papa Benedicto XVI, inauguramos el Año Sacerdotal especial, convocado con motivo del 150 aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney, modelo luminoso de pastor, entregado completamente al servicio del pueblo de Dios. El Señor, Sumo y Eterno Sacerdote, nos convoca hoy, en clima de Cenáculo, alrededor de la Mesa de la Eucaristía, en la que nos entrega su cuerpo y su sangre, y en la que damos gracias a Dios por el don y misterio del sacerdocio recibido. Agradezco vuestra presencia en esta celebración.


La devoción al Corazón de Jesús


La devoción al Corazón de Jesús se fundamenta en la Sagrada Escritura, en la Tradición viva de la Iglesia, en la Liturgia y en el Magisterio de los Papas, sobre todo en los últimos tiempos.
Los SS. Padres de la Iglesia se detuvieron con gusto en el texto de San Juan, que hemos proclamado, sobre la lanzada de Cristo muerto en la cruz: “uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua” (Jn 19, 34). Profundizaron en la contemplación del costado abierto de Cristo, en la herida que se hizo en su Corazón, de donde brotaron el agua, símbolo del Bautismo, y la sangre, símbolo de la Eucaristía.

Año Sacerdotal


El corazón del sacerdote debe latir al unísono del corazón de Cristo, cuya vida fue una oblación de obediencia libre y amorosa al Padre y una entrega solidaria por los hermanos. La celebración de la festividad del Corazón de Jesús es un momento providencial y significativo para inaugurar en nuestra Diócesis el Año Sacerdotal especial, convocado por el Papa Benedicto XVI, enriquecido con indulgencias especiales, según las disposiciones del Decreto de la Penitenciaría Apostólica. El lema es: fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote. Este año debe ser una ocasión para profundizar en la identidad sacerdotal, en la Teología del sacerdocio y en el sentido de nuestra vocación y misión en la Iglesia y en el mundo. Un Año -en palabras de Benedicto XVI- para “favorecer la tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual de la cual depende, sobre todo, la eficacia de su ministerio”.


El Año Sacerdotal debe servir también para que el Pueblo de Dios y la sociedad aprecien la importancia de la vocación y misión del sacerdote. En estos momentos, en general, hay un clima en la opinión pública poco favorable hacia los sacerdotes. Algunos Medios de Comunicación Social se hacen eco de los fallos de ciertos sacerdotes, que generalizan a los demás, y no airean la bondad y la vida entregada de la inmensa mayoría de sacerdotes buenos, que viven con alegría su sacerdocio sirviendo a Cristo y los hermanos en la educación, la atención a los niños, jóvenes, adultos y ancianos; dedicados al servicio a los pobres y enfermos; al trabajo por la justicia, por la verdad, por la libertad, por la caridad, por la paz y por la reconciliación.

El espejo y el referente de los sacerdotes en este Año será San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, que tuvo que superar muchas dificultades para llegar por fin a ordenarse sacerdote. Se le confió la parroquia de Ars, en la Diócesis de Belley, y el Santo, con una activa predicación, con la mortificación, la oración y la caridad pastoral, la gobernó, y promovió de un modo admirable su adelanto espiritual. Estaba dotado de unas cualidades extraordinarias como confesor, lo cual hacía que los fieles, acudiesen a él de todas partes, para escuchar sus santos consejos.

domingo, 14 de junio de 2009

Tú, joven de hoy: "Tiempo de Dios"

Toda rodilla se doble...




“Toda rodilla se doble…”(Flp 2, 10)
Carta dominical de Monseñor José Ignacio Munilla Aguirre, Obispo de Palencia, con motivo del Corpus Christi
La celebración del Corpus Christi se nos ofrece como la antesala para el inicio de la Adoración Perpetua en nuestra Diócesis. El próximo viernes 19, solemnidad del Corazón de Jesús, celebraremos la Santa Misa en nuestra Catedral, a las 20.00, en la que además de dar inicio al Año Jubilar Sacerdotal y de renovar la Consagración de Palencia al Corazón de Jesús, concluiremos llevando en procesión al Santísimo Sacramento hasta la iglesia de las Clarisas, dando así inicio a la Adoración Perpetua. Sirvan estas líneas de hoy como ayuda para crecer en la comprensión de nuestra devoción eucarística.
Arrodillarse ante Cristo, remedio de toda idolatría
En la homilía que Benedicto XVI pronunciaba en el Corpus del año pasado, realizaba una hermosa catequesis sobre el significado de esta postura corporal en la oración y en la liturgia: “Arrodillarse en adoración ante el Señor (…) es el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy. Arrodillarse ante la Eucaristía es una profesión de libertad: quien se inclina ante Jesús no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea. Nosotros los cristianos, sólo nos arrodillamos ante el Santísimo Sacramento”.
En su obra “El espíritu de la liturgia”, el entonces Cardenal Ratzinger daba respuesta a la objeción que juzga que la cultura moderna es refractaria al gesto de “arrodillarse”. Con clarividencia y profunda convicción afirmaba que “quien aprende a creer, aprende también a arrodillarse. Una fe o una liturgia que no conociese el acto de arrodillarse estaría enferma en un punto central”.
El hecho de que en nuestros días se esté extendiendo la costumbre de permanecer de pie en el momento de la consagración en la Santa Misa, o de que se suprima alegremente la genuflexión al pasar ante el sagrario, no parece que sea algo casual o insignificante. La “herejía” más extendida en nuestro tiempo –la secularización- no se caracteriza tanto por negar verdades concretas del Credo, cuanto por debilitar la firmeza de nuestra adhesión a la fe. Da la impresión de que lo políticamente correcto fuese creer a “cierta distancia”, sin entregar plenamente nuestro corazón. En el fondo, estamos ante el olvido de aquellas palabras de Jesús: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero” (Mt 22, 37-38).
No podemos olvidar que la adoración es el mejor antídoto frente al relativismo y que, por lo demás, es indudable que la genuflexión está estrechamente ligada al acto de adoración: Es el reconocimiento que la creatura hace del Creador, es la manifestación humilde de nuestra sumisión ante un Dios todopoderoso que, paradójicamente, también “se ha arrodillado” ante nosotros en la encarnación, en su muerte redentora, y en su decisión de permanecer entre nosotros en la Sagrada Eucaristía.
Mención aparte merecen tantas personas que bien quisieran poder expresar de rodillas su adoración a Cristo, y que por limitaciones físicas se han de contentar con hacerlo con una inclinación u otros gestos de fervor y cariño. ¡Cuántas lecciones nos dan con su valiente perseverancia, sin rendirse a sus “achaques”!
Comulgar “a Cristo” y comulgar “con Cristo”
“El segundo mandamiento es semejante a éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas” (Mt 22, 39-40). En efecto, el acto de adoración a Dios es consecuentemente seguido del ejercicio de la caridad con todos los necesitados. Éste es el motivo por el que la Iglesia ha unido los dos días “más eucarísticos” del año (Jueves Santo y Corpus Christi), a nuestro compromiso con los pobres, ejercido especialmente a través de Cáritas.
El acto de comulgar no termina con la recepción del sacramento. Recurro de nuevo a otras palabras del Cardenal Ratzinger recogidas en el citado libro: “Comer a Cristo es un proceso espiritual que abarca toda la realidad humana. Comerlo significa adorarle. Comerlo significa dejar que entre en mí, de modo que mi yo sea transformado y se abra al gran «nosotros», de manera que lleguemos a ser uno solo con Él”.
Por lo tanto, comulgar “a Cristo” supone también comulgar “con Cristo”, es decir, comulgar con todo lo que Él ama, con sus preocupaciones, alegrías, esperanzas y sufrimientos… de una forma especial, con sus predilectos, los pobres. Ciertamente, estamos ante dos señales determinantes para evaluar la calidad de nuestra participación en la Sagrada Eucaristía: la actitud de adoración y –fruto de ésta- nuestro compromiso con los necesitados.
+ José Ignacio Munilla Aguirre
Obispo de Palencia

viernes, 12 de junio de 2009

Corpus Cristi

jueves, 4 de junio de 2009

Mes del Sagrado Corazón de Jesús

En nuestra Residencia seguimos celebrando este mes tan especial de la devoción al Sagrado Corazón...

La imagen del Sagrado Corazón de Jesús nos recuerda el núcleo central de nuestra fe: todo lo que Dios nos ama con su Corazón y todo lo que nosotros, por tanto, le debemos amar. Jesús tiene un Corazón que ama sin medida. Y tanto nos ama, que sufre cuando su inmenso amor no es correspondido.La Iglesia dedica todo el mes de junio al Sagrado Corazón de Jesús, con la finalidad de que los católicos lo veneremos, lo honremos y lo imitemos especialmente en estos 30 días. Esto significa que debemos vivir este mes demostrándole a Jesús con nuestras obras que lo amamos, que correspondemos al gran amor que Él nos tiene y que nos ha demostrado entregándose a la muerte por nosotros, quedándose en la Eucaristía y enseñándonos el camino a la vida eterna. Todos los días podemos acercarnos a Jesús o alejarnos de Él. De nosotros depende, ya que Él siempre nos está esperando y amando. Debemos vivir recordandolo y pensar cada vez que actuamos: ¿Qué haría Jesús en esta situación, qué le dictaría su Corazón? Y eso es lo que debemos hacer (ante un problema en la familia, en el trabajo, en nuestra comunidad, con nuestras amistades, etc.). Debemos, por tanto, pensan si las obras o acciones que vamos a hacer nos alejan o acercan a Dios.Tener en casa o en el trabajo una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, nos ayuda a recordar su gran amor y a imitarlo en este mes de junio y durante todo el año.


Origen de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús

Santa Margarita María de Alacoque era una religiosa de la Orden de la Visitación. Tenía un gran amor por Jesús. Y Jesús tuvo un amor especial por ella.


Se le apareció en varias ocasiones para decirle lo mucho que la amaba a ella y a todos los hombres y lo mucho que le dolía a su Corazón que los hombres se alejaran de Él por el pecado. Durante estas visitas a su alma, Jesús le pidió que nos enseñara a quererlo más, a tenerle devoción, a rezar y, sobre todo, a tener un buen comportamiento para que su Corazón no sufra más con nuestros pecados.


El pecado nos aleja de Jesús y esto lo entristece porque Él quiere que todos lleguemos al Cielo con Él. Nosotros podemos demostrar nuestro amor al Sagrado Corazón de Jesús con nuestras obras: en esto precisamente consiste la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.


Las promesas del Sagrado Corazón de Jesús:

Jesús le prometió a Santa Margarita de Alacoque, que si una persona comulga los primeros viernes de mes, durante nueve meses seguidos, le concederá lo siguiente:


1. Les daré todas las gracias necesarias a su estado (casado(a), soltero(a), viudo(a) o consagrado(a) a Dios).

2. Pondré paz en sus familias.

3. Los consolaré en todas las aflicciones.

4. Seré su refugio durante la vida y, sobre todo, a la hora de la muerte.
5. Bendeciré abundantemente sus empresas.

6. Los pecadores hallarán misericordia.

7. Los tibios se harán fervorosos.

8. Los fervorosos se elevarán rápidamente a gran perfección.

9. Bendeciré los lugares donde la imagen de mi Corazón sea expuesta y venerada.

10. Les daré la gracia de mover los corazones más endurecidos.

11. Las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón y jamás será borrado de Él.

12. La gracia de la penitencia final: es decir, no morirán en desgracia y sin haber recibido los Sacramentos.


Oración de Consagración al Sagrado Corazón de Jesús


Podemos conseguir una estampa o una figura en donde se vea el Sagrado Corazón de Jesús y, ante ella, llevar a cabo la consagración familiar a su Sagrado Corazón, de la siguiente manera:


Señor Jesucristo, arrodillados a tus pies,
renovamos alegremente la Consagración
de nuestra familia a tu Divino Corazón.
Sé, hoy y siempre, nuestro Guía,
el Jefe protector de nuestro hogar,
el Rey y Centro de nuestros corazones.
Bendice a nuestra familia, nuestra casa,
a nuestros vecinos, parientes y amigos.
Ayúdanos a cumplir fielmente nuestros deberes,
y participa de nuestras alegrías y angustias,
de nuestras esperanzas y dudas,
de nuestro trabajo y de nuestras diversiones.
Danos fuerza, Señor, para que carguemos nuestra cruz de cada día
y sepamos ofrecer todos nuestros actos,
junto con tu sacrificio, al Padre.
Que la justicia, la fraternidad, el perdón y la misericordia
estén presentes en nuestro hogar
y en nuestras comunidades.
Queremos ser instrumentos de paz y de vida.
Que nuestro amor a tu Corazón compense,
de alguna manera, la frialdad y la indiferencia,
la ingratitud y la falta de amor
de quienes no te conocen, te desprecian o rechazan.
Sagrado Corazón de Jesús, tenemos confianza en Ti.
Confianza profunda, ilimitada.