Nuestros mayores y abuelos desean cariño y comprensión: que no bromeemos de paso vacilante, que les lleva a tropezar; o de su mano temblorosa, que les hace derramar la taza de café sobre la mesa; que tengamos paciencia con ellos, pues su oído se ha vuelto torpe y su vista se ha nublado.
Desean nuestro tiempo para escucharles sin prisas, aunque no juzguemos importante lo que nos cuentan o nos hayan contado lo mismo un montón de veces. Desean que les recordemos los aciertos y éxitos de su vida pasada y que no les hablemos de sus errores y fracasos.
Desean poder sentir un beso en la frente o una caricia en el rostro y que, al acercarse al final de sus día, puedan oír hablar de la misericordia de Dios. Los deseos que ahora tienen nuestros abuelos y mayores no son distintos de los que, más pronto o más tarde, tendremos todos, cuando lleguemos a ser como ellos.