Encima de todo el equipaje, que no falte la Palabra de Dios. ¿No buscamos amigos con los que hablar y entablar conversación? Dios, te lo aseguro, es el mejor confidente.
A un lado de los diversos libros de lectura, incluye alguno que tenga identidad cristiana. El pensamiento de autores cristianos nos da pistas para situarnos en diferentes cuestiones que se nos presentan en el día a día.
Además de cerrar bien la maleta, procura sellar también los momentos de amargura y de contrariedades que has podido tener en los últimos meses. Al verano hay que ir con dos necesidades: la del descanso y la del olvidar las ofensas.
Lleva ropa ligera pero, eso sí, no te desprendas de aquella otra que es imprescindible para no mudarte de lo esencial; que nadie te despoje de la belleza de tu interior; que nada –especialmente lo efímero de estos meses- te hagan arrojar lo que, en una persona, es grande: su dignidad. Es un traje que, luego, cuesta mucho recuperar. No se puede comprar. Como calzado, además del que protege los pies, no olvides el de la caridad. Estos meses son positivos para buscar el bienestar de uno mismo. Pero, al mismo tiempo, pueden ser un trampolín para intentar hacer felices a los demás.
Cuando desdobles los planos y los mapas de los lugares o ciudades que visitas, no olvides poner una “crucecita” en la más cercana Iglesia. Un cristiano, por si lo has olvidado, ha de vivir y sentir la eucaristía como si fuera el mejor refresco y el mejor chapuzón veraniego.
Finalmente, cuando instales la maleta en la parte superior del coche, en el avión, en el barco, en el tren o en el autobús…no dejes de lado, en ese mismo momento, de mirar hacia el cielo: Dios te acompaña. Y, cuando emprendas el viaje, además de decir “nos vamos de vacaciones”, recites una oración al Señor para que, por lo menos, volváis tan contentos y tan saludables como os marcháis.