Acabando este mes de
mayo, y dentro de no muchos días la Pascua, contemplamos a
María como a la Madre de Dios.
Cantamos el nombre de
Aquella que, por ser Madre de Aquel que es Dios, proclamamos que es
Madre del mismo Dios.
Rezamos a su nombre
porque, al pie de la cruz, Jesús nos la dejó como Madre. ¡Madre de
Dios, y Madre nuestra!
Santa María, Madre de
Dios. De este título emergen todos los demás. Y, por ello mismo, los
cristianos le hemos elevado catedrales primorosas o sencillas
ermitas. Por ser Madre de Dios, María, juega un papel importante en
la historia de la salvación.
Santa María, Madre de
Dios, ruega por nosotros. Por los que no estamos a la altura de las
circunstancias; por los que te endiosamos y no te imitamos; por los
que te llevan en sus hombros y olvidan tus virtudes.
Santa María, Madre de
Dios, acógenos en este mes de mayo. Arrulla la cuna del corazón de
todos tus hijos para que, en él, puedan nacer todos los días el
Dios-Niño, el Dios-Hombre, el Dios-Salvador.
Santa María, Madre de
Dios, haz que no te perdamos cuando las cosas nos vayan bien y, haz
que no sólo volvamos nuestros ojos a ti, cuando la mala suerte
apriete.
Representando la
maternidad de María, queremos presentar ante Ella la imagen del Niño
Jesús. Que nos ayude a descubrir la grandeza de María: ser morada
para Dios humanado.
Hay una mujer
que tiene algo de Dios
por la
inmensidad de su amor,
y mucho de
ángel
por la
incansable solicitud de sus cuidados;
una mujer que
siendo joven
tiene la
reflexión de una anciana,
y en la vejez,
trabaja con el vigor de la juventud;
una mujer que
si es ignorante
descubre los
secretos de la vida
con más
acierto que un sabio,
y si es
instruida, se acomoda
a la
simplicidad de los niños;
una mujer que
siendo pobre,
se satisface
con la felicidad de los que ama,
y siendo rica,
daría con gusto su tesoro
por no sufrir
en su corazón
la herida de
la ingratitud;
una mujer que
siendo vigorosa
se estremece
con el vagido de un niño,
y siendo
débil,
se reviste a
veces con la bravura del león;
una mujer que
mientras vive
no la sabemos
estimar,
por que a su
lado todos los dolores se olvidan,
pero después
de muerta,
daríamos todo
lo que somos
y todo lo que
tenemos
por mirarla de
nuevo un sólo instante,
por recibir de
ella un sólo abrazo,
por escuchar
un sólo acento de sus labios...
Esa mujer, en el cielo, tiene un nombre: MARIA
Esa mujer, en el cielo, tiene un nombre: MARIA
Y,
lejos de morir, vive, habla, acaricia
y
ayuda en el difícil camino de la vida.