Oh Dios mío, trinidad adorable, ayúdame a olvidarme por entero para establecerme
en ti!
¡Oh mi Cristo amado, crucificado por
amor! Siento mi impotencia y te pido que me revistas de ti mismo, que
identifiques mi alma con todos lo movimientos de tu alma; que me sustituyas,
para que mi vida no sea más que una irradiación de tu propia vida. Ven a mí como
adorador, como reparador y como salvador...
¡Oh fuego consumidor, Espíritu de
amor! Ven a mí, para que se haga en mi alma una como encarnación del Verbo; que
yo sea para él una humanidad sobreañadida en la que él renueve todo su
misterio.
Y tú, ¡oh Padre!, inclínate sobre tu
criatura; no veas en ella más que a tu amado en el que has puesto todas tus
complacencias.
¡Oh mis tres, mi todo, mi dicha,
soledad infinita, inmensidad en que me pierdo! Me entrego a vos como una presa;
sepultaos en mi para que yo me sepulte en vos, en espera de ir a contemplar en
vuestra luz el abismo de vuestras grandezas.