miércoles, 16 de noviembre de 2011



Mónica Aleria cuenta a PARAULA su vocación en
Filipinas
Por primera vez, una joven de Asia ha tornado el hábito de la
congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.
Se trata de la filipina Mónica Aleria Corpuz, de 19 años.
Mónica llegó a Valencia el 11 de enero. “Desde que vine, todos los
días me parecen nuevos”, comenta con alegría. Aquí vive en
comunidad y recibe formación humana, cultural, teológica, moral
y religiosa. Pero además de prepararse, Mónica ayuda en las
labores de la casa con los ancianos. “Me llena de verdad cuando
hago actos de amor al Señor por medio de mis hermanas, de los
ancianos y de los que me rodean”.
Mónica procede de una familia cristiana de la localidad filipina de Pangasinan. Desde pequeña
se sintió atraída por las monjas, en especial por las que le ensenaban catecismo. “Con 7 años
yo ya empezaba a oír la llamada de Dios, aunque entonces aún no lo sabía”, señala.
A los 12 años recibió el Bautismo. Recuerda que “estaba emocionada y era muy feliz porque
finalmente pertenecía a Dios y a la Iglesia”.
Durante todo ese tiempo, Mónica seguía con la idea de ser religiosa, pero al llegar al bachiller,
“me olvidé un poco porque estaba muy ocupada”, con los estudios, los amigos y cuidando a
sus hermanitos ‐es la mayor de 5 hermanos‐. “Pensaba que lo tenía todo pero estaba
equivocada”, reconoce. “Buscaba más cosas para encontrar la verdadera felicidad pero no la
encontré. Sentía un gran vacío y empecé a preguntarme: y ahora, ¿qué voy a hacer?”, explica.
Fue posteriormente, al apuntarse al coro de su parroquia, cuando Mónica descubrió y
encontró lo que le hacía verdaderamente feliz. “Casi vivía en la Iglesia porque teníamos
ensayo todos los días y, además, yo iba una hora antes para estar con el Señor”.
Papel esencial de su madre
Tras participar en unos ejercicios espirituales, su deseo de la infancia volvió con más intensidad.
En esos momentos fue fundamental para ella la actitud de su madre porque, ante el
temor a la separación, su madre siempre le decía: “El Señor me prestó una hija y tengo que
devolvérsela. Mónica, si estás decidida, te apoyamos. Y nuestra casa estará siempre abierta si
cambias de opinión”.
Mónica había empezado a estudiar Magisterio, por eso realizó convivencias con
congregaciones dedicadas a la enseñanza, “pero me di cuenta de que eso no era para mí, no
me satisfacía”. Al conocer en 2009, a través de una amiga, a las Hermanitas de los Ancianos
Desamparados, que acababan de abrir su primera residencia en Asia, precisamente en
Manila, reconoce que sintió “el deseo de quedarme con ellas en ese mismo momento”.
Empezó en la congregación el 17 de mayo de 2009. Tuvo que aprender castellano porque la
formación tenía que recibirla aquí, en la Casa madre. Mónica reconoce que le costó dejar su
país “pero el Señor da la fortaleza en el momento oportuno”. Además, se ha sentido apoyada
por todas las hermanitas “que me aconsejaban y animaban mucho”.
Tomó el hábito de la Congregación en una ceremonia privada que tuvo lugar en la Casa
general de la Congregación ubicada en la calle Madre Teresa Jornet, 1 de Valencia, el día 14
de octubre. (Publicado en Paraula –Iglesia en Valencia‐, domingo 30‐X‐2011)