martes, 14 de febrero de 2012

“¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!” (Lc 17,19)

Con ocasión de la Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrabamos ayer 11 de febrero de 2012, memoria de la Bienaventurada Virgen de Lourdes, el Santo Padre Benedicto XVI hizo llegar el tradicional mensaje como “cercanía espiritual a todos los enfermos que están hospitalizados o son atendidos por las familias” expresando “a cada uno la solicitud y el afecto de toda la Iglesia.” “En la acogida generosa y afectuosa de cada vida humana, sobre todo la débil y enferma, el cristiano expresa un aspecto importante de su testimonio evangélico siguiendo el ejemplo de Cristo, que se ha inclinado ante los sufrimientos materiales y espirituales del hombre para curarlos,” decía el santo Padre al comienzo de su Mensaje y recordaba los preparativos para la “solemne Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará en Alemania el 11 de febrero de 2013, y que se centrará en la emblemática figura evangélica del samaritano” (cf. Lc 10,29-37). Agregaba el Santo Padre que “quisiera poner el acento en los «sacramentos de curación», es decir, en el sacramento de la penitencia y de la reconciliación, y en el de la unción de los enfermos, que culminan de manera natural en la comunión eucarística.”


«¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!»” resaltaba Benedicto XVI, “se refiere también al próximo «Año de la fe», que comenzará el 11 de octubre de 2012, ocasión propicia y preciosa para redescubrir la fuerza y la belleza de la fe, para profundizar sus contenidos y para testimoniarla en la vida de cada día (cf. Carta ap. Porta fidei, 11 de octubre de 2011). Deseo animar a los enfermos y a los que sufren a encontrar siempre en la fe un ancla segura, alimentada por la escucha de la palabra de Dios, la oración personal y los sacramentos, a la vez que invito a los pastores a facilitar a los enfermos su celebración. Que los sacerdotes, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor y como guías de la grey que les ha sido confiada, se muestren llenos de alegría, atentos con los más débiles, los sencillos, los pecadores, manifestando la infinita misericordia de Dios con las confortadoras palabras de la esperanza (cf. S. Agustín, Carta 95, 1: PL 33, 351-352).